Nada y todo inunda nuestra inspiración ahora. A ratos, o casi siempre, quisiéramos escribir todo y nada, dudas y certezas, todo cuando fluye hasta nuestros dedos. Este parto literario, este espacio de letras, de imágenes y sonidos que no sólo se leen, sino que se logran desplegar hasta nuestras llemas y hasta esta pantalla ahora enfrentada y/o apoyada en nosotros. Bienvenidos a la comunidad de la comunicación. Que la construcción de relatos conforme rascacielos.

martes, 12 de mayo de 2009

El cansancio no existe

Quizá a propósito de pseudos cansancios mentales es que apenas al instalarme en el asiento del microbús, eché la cabeza hacia atrás y, sin ese pensamiento intencional de "quizá podría dormir", en fracción de un par de suspiros me trasladé inmediatamente al pasado.

Primera lección: "Has siempre las cosas como a tí te gustaría verlas hechas para ti"

Recordé una de mis tantas temporadas donde trabajaba aperado de guante de látex, escoba, pala y un par de bolsas negras limpiando todo a mi derredor. Recordé, precisamente, la "primera clase práctica de cómo hacer aseo". El hombre que me guiaba debía tener más o menos la edad de papá, o sea, unos 45 años. Allí lanzó una de sus frases que nunca olvidaré y que mezclaba un poco la condición laboral del momento con aquella situación que en base a mis estudios podría llegar a encontrar: "Siempre, siempre, limpie como a usted le gustaría ver su oficina", me indicaba mientras dibujando una flecha con un paño de franela esculpía el polvo de el último rincón de la oficina del gerente.

Ciertamente, me preguntaba en ese entonces por qué razón don Claudio le ponía tanto ahinco a una labor por la cual era menos que escasamente recompensado. Por supuesto, la duda se incrementaba al ver que la empresa para la cual trabajábamos era una faena minera y se comenzaba a tornar la duda casi en algo amenazante al ver los botines de seguridad provistos de una capa de dos a tres centímetros de barro que posteriormente se posaba en el alfombrado.

Por el sólo hecho de estar bajo su supervisión por al menos un mes, y finalmente ,ya casi por costumbre, mis esfuerzos tendieron "a la excelencia en el aseo" parafraseando la "Charla de Hombre Nuevo" que dictó el prevencionista de riesgos a mi ingreso. Intenté afanosamente desde entonces la búsqueda de "lo radiante" y creo que lo conseguí.

Al terminar cada mes y recibir el sueldo mínimo por mi vocación finalmente terminaba no disconforme con mi labor ni con el pago previamente convenido por mi tarea, sino más bien, con lo percibido por "el Maestro" que debía llevar el sustento para su hogar, financiar los estudios de sus hijos y, para su mayor orgullo, financiar en algo la estadía de "Julita", su hija mayor que estudiaba por esos días Psicología en Valparaíso. Ahí entendí que la frase "has siempre las cosas como..." no se aplicaba en específico a una proyección de sí mismo.

Segunda Lección: El cansancio no existe

EDIFICACIÓN PARA OFICINAS: 1.245 METROS CUADRADOS
EDIFICACIÓN PARA LABORATORIOS: 1232 METROS CUADRADOS.

Rezaba el cartel al ingreso de las faenas. Aproximadamente 500 de esos correspondían a la labor que de lunes a sábado debía desarrollar don Claudio. Desde pasar paños para el polvo a una silla de una sala de reuniones poco utilizada a descascarar el piso corroído por el andar de los mineros era parte de su trabajo. Botar bolsas de documentos descartados y dejar en perfecto blanco los retretes, también.

Diez años llevaba en esa labor. Yo, debía estar algo así como tres meses para pagar la U. Una década en lo mismo, durante seis días a la semana, durante algo así como 10 horas por jornada sin goce de remuneración adicional por sobretiempo desde hace cuatro años por "políticas presupuestarias de la empresa".

- Pero don Claudio, ¿Cómo es que a pesar de que no le pagan las horas extras usted sigue igual con sus diez horas diarias? -Pregunté pensando en "este hombre está algo así como chalado... cualquiera en su lugar se iría a su hora"
- ¿Hemos alcanzado a terminar todo AMBOS en las ocho horas de trabajo?
- Sí -respondí recordando que al menos dos de los 4 días que llevábamos había firmado el libro de asistencia 15 minutos después de mi horario.
- Imagínate esa "pega" para uno sólo ¿La terminarías?
- Uhmmm... yo creo que no... pero qué importa... yo cumpliré hasta que se cumpla mi horario no más...
- ¿Y quién va a mantener mis oficinas el resto del tiempo? ¿Tres meses dijo que quería durar?

Seguí barriendo el pasillo...

- Oiga, don Claudio -pregunté mientras parchaba rústicamente con cinta adhesiva mi dedo índice luego de que una persiana me lo cercenara- y no está cabreao' con esta pega...
- La verdad es que no tanto... igual es relativamente liviana -decía mientras se escuchaba su mano revolviendo un excusado- no hay mucho que pensar... es hacer no más. ¿Por qué? ¿Ya está cansado, amigo?
- No, no... no tanto -dije disimulando el dolor en mi dedo índice y el peso de los botines de seguridad ultraeconómicos que presionaban mis nacientes callocidades.
- La verdad es que no hay por dónde sentirse cansado pues amigo -indicó frenando por cinco segundos su quehacer- los hombres que se sientan en estos sillones sí que tienen que cansarse. Ellos OCUPAN LA MENTE... ese trabajo si es cansador- indicó retomando sus tareas e incitándome a buscar la forma de limpiar cada latita de la persiana sin volver a rebanarme las extremidades.

Desperté en el microbús a escasos metros del paradero cercano a mi casa. Obvio, el pasillo lleno, el timbre malo, mi transporte no se detuvo cuando yo quería. Molesto, avancé desde el fondo del micro donde el conductor, increpándole por su descuido y el mal traer de su "máquina". Malhumorado por el exceso de gente; enardecido por un grupo de más o menos diez estudiantes al borde de la intoxicación alcohólica que usaron su pase escolar para pagar lo menos posible incómodo -por decir lo menos- ante las fallas del bus y quizá iracundo por algún problema familiar, el hombre se limitó a frenar su máquina a mitad de la autopista, lanzó un "bájese aquí si quiere", me lanzó abajo de un empujón, cerró la puerta y partió.

¿Estaría más cansado que yo, me pregunté?
Al instante, el agotamiento con el que subí al microbús pareció irse en el maletero.


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