Nada y todo inunda nuestra inspiración ahora. A ratos, o casi siempre, quisiéramos escribir todo y nada, dudas y certezas, todo cuando fluye hasta nuestros dedos. Este parto literario, este espacio de letras, de imágenes y sonidos que no sólo se leen, sino que se logran desplegar hasta nuestras llemas y hasta esta pantalla ahora enfrentada y/o apoyada en nosotros. Bienvenidos a la comunidad de la comunicación. Que la construcción de relatos conforme rascacielos.

viernes, 30 de octubre de 2009

Inercia latente

inercia Anoche caminaba en línea recta hacia un destino conocido. Nada se cruzaba en mi camino salvo un par de peldaños de bajada y luego de subida. En ese andar me encontraba cuando frente a mí cruzó un gato blanco. Antes de pasar frente a mis pies, me miró directamente a los ojos y se echó a andar como diciendo “mira, mira como me cruzo y casi te tumbo”. Me miró, y su mirada fue tal que pensé que algo me quería decir. “Va –me dije-, probablemente este felino cuasi alvino tendrá el efecto contrario de uno de su raza pero en tono negro. Estoy listo –seguí reflexionando- a partir de ahora mi suerte será mejor. No es que tenga mal pasar, pero a veces –en realidad, generalmente- quisiera un poco más de fortuna en mi vida, algo más de aventura, una cuota más de aquellos guiños del destino, de Dios o de quien sea, que ayuden a tomar oxígeno con la suficiente calma como para pensar que nada malo pasará, que muchas cosas buenas sucederán”.

Hoy, ha sido un poco extraña la jornada. Un regaño en lo laboral, luego una reconvención; un vuelo fallido, compensado con la oferta de un almuerzo gratuito. Trabajo relativamente intenso –podría serlo más-, una sensación de querer partir temprano, pero mejor no, y una sensación de sueño constante que se viene repitiendo desde hace ya un buen par de semanas. A propósito de aquello es que proyectaba mis vacaciones adherido a un colchón. “Qué destino tiene”, me dije en un momento, -tras realizar la prueba durmiendo todo un fin de semana, con escasamente una hora con los ojos abiertos a propósito de un mendrugo de pan, un vaso de agua y la respectiva visita al sanitario-, por más que duerma sigo teniendo sueño(s) al despertar.

Hora: Dieciocho y seis minutos. Me siento bien por estar donde estoy (trabajando), sin embargo no sé lo que vendrá. Tengo algo de…, no sé, una sensación extraña que no sé cómo denominarla. No me puedo sentir ni mejor ni peor sino todo lo contrario. Parezco levitar pero también caer y luego reflotar, como un listón de madera que es tomado sobre el agua, presionado contra el fondo, para luego ser soltado repentinamente, y volverse a hundir, y luego a flotar, y quedar en la superficie, movido por las leyes de la inercia.

A las dieciocho y quince me pregunto si es válido escribir esto, si es válido publicarlo. ¿Por qué? ¿Para qué? son preguntas reiterativas. “Eres una niñita con un diario de vida electrónico”, me dice mi otro yo. “Necesitaba escribir algo, cualquier cosa”, digo yo mismo como defendiéndome de no sé qué, como si debiera estar a la defensiva por algo. En realidad creo que siempre lo estoy. Es un estado latente que a veces pasa por ausente, pero que sin embargo se expresa de modo potente por lo que recuerdo hoy en día.

Creo que dejaré de escribir. Son las dieciocho y treinta. En llegar a la casa serán las diecinueve y algo. Tomaré onces, y las 20 horas, con su respectiva oscuridad, caerán encima. Será hora de dormir ¿Hasta el otro día? Tal vez. Quizá sean un par de horas. A lo mejor un fin de semana completo. Tal vez, un poco más.

No hay comentarios: